“Las 140 mujeres guardas de bocaminas que trabajan en el Cerro Rico de Potosí trabajan con sueldos miserables, sin jubilación y sin servicios básicos”, dice la directora de la Fundación Solidaridad con las Mujeres (Musol), Iveth Garavito. Además, este sector no cuenta con acceso a servicios de salud.
Página Siete visitó a las casas de dos guardas en el Cerro Rico de Potosí. Ambas viven en “casuchas” que fueron construidas de barro y adobe. La dimensión de la habitación no supera los tres por cuatro metros.
Lucía Armejo dice orgullosa que su habitación es la mejor del sector porque está revocada con estuco. Hace varios años logró construir otro cuarto para instalar su cocina.
En su habitación vive con sus tres hijos que aún estudian. En el lugar instaló un catre pequeño y otro de dos pisos. Puso además una mesa para que los adolescentes estudien y hagan tareas. El espacio es tan pequeño que sólo entra un ropero para toda la familia.
Lucía dice que no tiene otra alternativa porque no tiene dinero para alquilar un cuarto en la ciudad. No tiene agua y energía eléctrica, menos un baño. “La cisterna trae agua cada dos semanas. Recibo en varios turriles. Me sirve para cocinar y lavar ropa, además para bañarnos”, cuenta.
En similares condiciones vive otra de las guardas, Adriana (nombre ficticio para resguardar su identidad). Ella habita una casucha de adobe, donde tiene dos camas y una cocina.
“Cuando no hay gas, a la fuerza cocino en fogón porque mis (tres) hijos tienen hambre”, asegura y relata que un día antes de la visita de este medio preparó los alimentos en un pequeño espacio con maderas.
Ella dice que decidió trabajar en el lugar porque su esposo bebía mucho alcohol y gastaba todo su dinero en eso. Por eso, cuando recibió la oferta de ganar 1.000 bolivianos por cuidar una bocamina, aceptó la oferta sin pensar dos veces.
Ahora su esposo también es minero e intentan ahorrar para salir muy pronto del lugar. “No vivimos cómodas. Cuando cae granizo, todas las calaminas se dañan. Mi hijitos casi han muerto de frío”, relata y asegura que ella tiene un poco más de suerte porque los cooperativistas que la contrataron llevan agua cada dos días.
La familia de Adriana también cría siete perros. “Son nuestros guardianes. Son muy malos”, dice la mujer, mientras hace callar a uno de los canes que ladra sin cansancio.
Según Garabito, en esas y en peores condiciones viven las guardas. “Ellas no tienen jubilación y no tienen seguro de salud. Y los sueldos máximos que tienen son menos de la mitad del salario mínimo nacional (2.140 bolivianos)”, comenta.
De acuerdo con el estudio Mujer y Minería en el Cerro Rico de Potosí, elaborado por la Fundación Jubileo y presentado en marzo, la mayoría de las mujeres que trabaja como guarda tiene entre 21 y 50 años. Las solteras y viudas son las que más acceden a este trabajo.
El 50% de las mujeres tienen entre cuatro a siete retoños. El promedio de hijos es cuatro por familia. “Si bien el 96,2% de las mujeres mencionan que saben leer y escribir, el 65,4% asistió hasta primaria, entendiendo ese término como primero o segundo de primaria”, se lee en la investigación.
30 mujeres se abren espacio y trabajan en el interior de la mina
Hasta hace unos cinco años era difícil o casi imposible que una mujer ingrese a interior mina para trabajar. Se decía que era mala suerte. Esta creencia se perdió en los últimos años en la mina del Cerro Rico de Potosí. Hoy en día 30 mujeres ya trabajan en el interior de los socavones.
“No son muchas, pero ya están comenzando a trabajar en interior mina”, dice la trabajadora social de la Fundación Solidaridad con las Mujeres (Musol), Patricia Santa Cruz. Asegura que la mayoría son viudas de mineros que no tienen otra alternativa más que continuar con ese trabajo.
Santa Cruz relata que todas hacen el mismo trabajo de los varones. “Ingresan en el mismo horario, usan toda la indumentaria adecuada, pijchan (mascan) coca antes de entrar al interior de la mina e incluso piden al Tío para que les vaya muy bien”, acota.
De acuerdo con un relevamiento de datos que hizo la fundación, en todo el cerro hay cerca de 30 mujeres que trabajan junto a los más de 3.000 mineros.
La especialista explica que dentro de los tres grupos -mineras, guardas y palliris- las mineras son las que mejor remuneración reciben, aunque aclara que eso depende del mineral que extraen de los socavones.
A su criterio, las palliris, rescatadoras de mineral, también son mujeres que en su mayoría quedaron viudas y no tienen otro sustento. La mayoría tiene entre 50 y 60 años.
“Ellas están expuestas a altas temperaturas del sol porque están a campo abierto, ya que ahí recolectan a mano el mineral. Su trabajo es muy duro y sacrificado. Deben escoger entre las toneladas de piedras alguna que tenga valor comercial y con residuos de mineral. Para eso deben triturar manualmente la piedra con un martillo”, explica la especialista.
De acuerdo con Santa Cruz, quien es hija de una familia minera, la fundación se encarga de brindar ayuda a este sector. La colaboración principalmente es integral porque se hace seguimiento legal a sus denuncias.
En su mayoría, los casos que atienden son: incumplimiento de salarios y despidos.
La fundación también realiza talleres para empoderar al sector. Los cursos que dictan son sobre las normas y sus derechos fundamentales. “Dentro de ellas, ya existen líderes”, comenta.
FUENTE Página Siete
Comentarios
Publicar un comentario