En 1996 el rebalse de la minera Comsur contaminó el río que alimentaba a la comunidad. Paneles solares y abducciones devuelven la “seguridad humana”.
“Después del derrame no teníamos agua por eso la gente se ha ido. Ahora ya hay hasta dentro de la casa. Vamos a volver”, dice Hugo Quispe del rancho Puca Pampa de la comunidad Puca Puca. El poblado está en el municipio Porco, a orillas de lo que fue el río Yana Machi, cause muerto por la contaminación minera de 1996.
Bombeo con energía solar, abducciones y redes de suministro de agua han devuelto la seguridad humana a cinco ranchos de Puca Puca en Potosí. Con tecnología y fondos de la cooperación japonesa, los comunarios consolidan su acceso al agua potable.
En 1996 la ruptura del dique de la empresa minera Comsur -del expresidente Gonzalo Sánchez de Lozada- causó un derrame de 235 mil toneladas de lodos tóxicos y 180 de residuos sólidos de plomo, arsénico y cianuro de sodio. Los desechos contaminaron todos los afluentes cercanos, incluido el cause del que dependía Puca Puca. Con la muerte del río los habitantes iniciaron un éxodo que dejó pueblos vacíos, habitados solo por los ancianos.
“Esa vez el lodo se ha llevado nuestros pozos, el agua y la tierra ya no servían. Con todo seco ¿qué íbamos a hacer? Los jóvenes se fueron”, relata Quispe.
Agua, una esperanza de vida
A dos horas de Potosí, en medio de las montañas, un puñado de casas de adobe permanecen de pie. Las habitan unas 60 personas, en su mayoría adultos mayores. Martín Quispe, que bordea los 80 años, es uno de ellos.
Alegre y orgulloso, con una bolsa de coca sale a recibir a una comitiva de la Embajada del Japón. Sin dudar los conduce hacia su casa, el domicilio que cuenta con la “pileta central”.
“Ya hay agua dentro de la casa, podemos cocinar y habrá para nuestros animales y una siembra”, dice en un español atravesado con el quechua.
El agua llega a su hogar desde la toma de un caudal “sano”. Está cerca pero a desnivel por lo que a diferencia del resto de las abducciones no puede funcionar por gravedad.
Por ello se usa una bomba que impulsa el agua hacia el tanque de cloración, varios metros arriba. La energía utilizada proviene del sol que a 4.300 metros de altura puede dañar la piel, pero genera un 1,5% más de fuerza por metro cuadrado.
“Cuando no hay agua no hay vida, la gente se va. Ahora podemos revivir”, dice Hugo.
No es la única obra. En la parte alta de Pacu Pacuni está la toma de una vertiente que, en época de estiaje, capta 0,93 litros por segundo de agua clase A. Está a unos 400 metros de las casas, unos 25 minutos de caminata hacia la cima del cerro.
La primera pileta llegó a la casa de Benigna Alcaraz. Sobrepasa los 70 años de vida, cocina a fogón. Antes de contar con la abducción acarreaba el agua en baldes por esa pendiente escarpada, escarbaba el pozo o rompía el hielo de invierno.
“Ya es más cómodo, tenemos en casa y tenemos aspersores para el riego. El acceso al agua es importante y ha mejorado la calidad de vida”, asevera.
A éstas se suman otras tres tomas en los ranchos de Apacheta, Puca Puca y Puca Pujro. El proyecto denominado “Construcción del sistema de agua potable para la comunidad de Puca Puca” fue realizado con una donación de 42.230 dólares de la Embajada del Japón y el soporte técnico de JICA a través de Prodibas.
“El agua es vital. Me contaron que hubo un accidente minero. Eso me hizo recuerdo que en Japón tuvimos problemas iguales. Nuestra cooperación tiene el objetivo de no repetir estas historias tristes de desastres”, señaló el consejero de la Embajada, Tatsushi Ryosenan durante su visita.
FUENTE Página Siete
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