El libro constituye la memoria del autor, porque de uno u otro modo estuvo vinculado a estos luchadores; su obra testimonial está respaldada con datos históricos y con construcciones imaginarias de sus recuerdos.
Iniciaré la presentación del libro de Víctor Montoya, un amigo de barrio, camarada y aparcero de la vida, con quien nos forjamos en las luchas estudiantiles de secundaria de los años 70, en el Colegio 1 de Mayo y nos separamos en la dictadura de Banzer, después de un periplo de clandestinidad por los campos de Senajo y Tacarani. Él partió rumbo a Oruro, donde fue apresado por la cruenta dictadura junto a otros camaradas mineros, yo quedé retenido por mi padre en Llallagua.
En esta oportunidad no se trata de nuestra semblanza, sino del libro que nos congrega, Crónicas Mineras, y no podría ser más oportuna su presentación en una fecha memorable como la Masacre de San Juan en Siglo XX, debido a que la obra relata las distintas vicisitudes de la vida minera, de los mineros que ofrendaron sus vidas por el ideario de un mundo sin explotados ni explotadores, y están reflejados en las crónicas mineras, casi testimoniales de las luchas mineras y sus dirigentes.
Lourdes Peñaranda señala: "El autor, fiel a sus principios ideológicos y su compromiso con la realidad social, forja una literatura de conciencia crítica, intentando recuperar los eslabones perdidos de la memoria histórica de los mineros”, es un retrato del autor y su obra. Antes de entrar a referirme a esta presentación, quiero evocar las palabras de otro amigo que editaba un pasquín en Santa Cruz, titulado El berbiquí, en él se decía: Antes, los mayores logros de la vida eran "tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro; en la actualidad, los mayores logros son: mantener y criar los hijos que has tenido, regar hasta su plena madurez el árbol que has plantado y que alguien lea el libro que has escrito”.
El contenido del libro
Más allá de estos homenajes, permítanme una breve reseña para motivar e invitar a este selecto público a leer uno de los últimos libros de Víctor Montoya, Crónicas Mineras.
El libro cuenta con varias ilustraciones de uno de los grandes muralistas en la historia social a nivel mundial: Miguel Alandía Pantoja, quien supo retratar las luchas del proletariado boliviano, como el caso de los trabajadores petroleros en la primera foto y, cuanto mejor, las luchas de la vanguardia minera, sus protomártires y las luchas campesinas, que son inseparables, desde aquellas frases de Tristán Marof, "minas al estado y tierras al indio”, plasmadas en la Tésis de Pulacayo.
Bajo el título de Apología de los Mineros, se evoca la vida del minero, desde la colonia, la república, pasando por la época de los barones del estaño, periodos en los cuales "el topo del rajo”, invariablemente ha enriquecido a pocos, dejando sus pulmones, extrayendo el metal del diablo, en un mundo subterráneo, donde reina el Tío de la mina.
La prosa de Montoya tiene metáforas que van y vienen del realismo al imaginario mágico y al mundo de la ideología:
"En el tope del rajo, armados con taladros y cartuchos de dinamita, el sudor les corre por la espalda cual gruesos hilos de copajira; pero ellos, convencidos de que la mina es devoradora de vidas y sepultura de pobres, se retiran a pijchar en el paraje del Tío, donde, sentados frente a frente, se comunican más con miradas que con palabras, como si quisieran decirse que los sueños de un mañana mejor no están perdidos, que todavía quedan las esperanzas de que un buen día se haga la luz entre las tinieblas de sus vidas.
Al volver a sus hogares, al seno de sus padres, esposas, hijos y hermanos, las esperanzas son más clarividentes, porque constatan que no están solos, que sus familiares y compañeros constituyen los pilares fundamentales de su ideología revolucionaria, la misma que se proyecta con precisión política en el programa del partido y en la tesis del sindicato.
Por eso, cuando están en asambleas, ampliados y congresos, asumen el compromiso de seguir luchando por conquistar sus reivindicaciones más elementales, conscientes de que la justicia social no puede ser, ni debe ser, un proceso fugaz, sino el principal objetivo para dignificar a los indignados y construir una sociedad más equitativa y humanista que la ofrecida por el sistema capitalista, un sistema que aprovecharon los magnates mineros para explotar despiadadamente y rifar las riquezas naturales al mejor postor”.
Los títulos de las crónicas son por demás sugestivos:
De amas de casa a armas de casa, para evocar a las palliris, mujeres mineras que desgastaron sus vidas y sus polleras en las faldas de Cancañiri, rebuscando residuos de mineral combo en mano. Qué recuerdos de quienes tuvimos oportunidad de transitar por esos parajes. Víctor nos relata las condiciones infrahumanas en las que trabajaron esas mujeres en la minería desde la Colonia. En lo personal recuerdo a la mamá de mi amigo Lulo, la palliri Doña Isabel,
El coraje de lucha y resistencia
Es el relato de las masacres mineras por la oligarquía y las dictaduras: En Uncía, 1923; Las pampas de María Barzola, 1942; en Potosí, 1947; Siglo XX, 1949; Huanuni, 1960; Milluni, 1965; San Juan, 1967 -que hoy conmemoramos-; en Caracoles y Viloco, 1980; en fin, referencias testimoniales que siempre debemos tener presentes, pues los pueblos sin memoria histórica no tienen futuro, porque el futuro se construye día a día, precisamente por esos acontecimientos.
Aquí permítanme hacer referencia a algunos diálogos con Guillermo Lora. Él solía decir: "Qué es la vida… La vida son las emociones, malas o buenas y es eso lo que recordamos”.
Efectivamente, estas crónicas mineras son relevantes, porque nos retrotraen esas emociones, buenas o malas, con la frescura de la pluma e imaginación de Montoya.
En este pasaje también se hace referencia al aún vigente (porque formalmente nunca ha sido abrogado) Decreto Supremo 21060, que introdujo en Bolivia el neoliberalismo y que en la actualidad los que se declaran antineoliberales y anticapitalistas con todo el poder formal del Gobierno no fueron capaces de superarlo.
Por el contrario, han exacerbado la práctica neoliberal, a través de la desregulación laboral. No otra cosa significan las consultorías en línea y por producto, una forma neoliberal de escamotear los beneficios sociales a cientos de miles de bolivianos; del mismo modo, el extractivismo sin atenuantes de los recursos minerales, gasíferos y, cuanto peor, la deforestación de los árboles en los bosques, con el pírrico argumento de algunas autoridades: "Con qué vamos a construir hospitales, escuelas, caminos”.
Pero, en fin, volviendo al tema de las crónicas, el 21060 ha generado el desplazamiento minero social y políticamente y no sólo una relocalización. Probablemente el epitafio de este desplazamiento sean las carpas de los mártires por la democracia apostados en El Prado de La Paz reclamando al Gobierno, mal llamado indígena y del proceso de cambio, que se les reconozca sus derechos; entre ellos quedan pocos mineros de las luchas legendarias del siglo XX.
Las narraciones de la Masacre de la Pampa de María Barzola están entre el imaginario de la infancia del autor y una reseña histórica de los sucesos, los protagonistas represores, el ejército rosquero al servicio de Simón I. Patiño bajo el gobierno de Peñaranda, que responden con bala las demandas de mejoras salariales, y el mantenimiento de los precios en la pulpería.
El autor expresa su incomprensión del por qué el colegio Junín, construido en estas pampas, no lleva el nombre de María Barzola, una de las protomártires de la masacre y en la actualidad, al pertenecer estos recintos a la Universidad Nacional Siglo XX, harían bien en rectificar el homenaje con el nombre apropiado, con mayor razón cuando en estas pampas, como señala el autor, se firma el Decreto de Nacionalización de las minas, un 31 de octubre de 1952.
La nacionalización de las minas
En este relato, el autor plantea varias vicisitudes históricas respecto al decreto de nacionalización, si fue o no una conquista minera, toda vez que ellos plantearon la nacionalización sin indemnización, la creación de la COMIBOL, e indica:
"Los escritores, lejos de las veleidades pequeñoburguesas, estamos en el deber ineludible de forjar una literatura anclada en la realidad de los mineros, porque ellos son los grandes personajes que dignifican a una nación eminentemente revolucionaria.
Los mineros, desde antes de la Nacionalización de las Minas, siguen iluminando el sendero por donde se debe avanzar para conquistar un país donde reinen tanto los derechos como las responsabilidades”.
Pienso que este sentimiento está bien para los mineros del siglo XX; en la actualidad, los mineros de Bolivia, bajo el denominativo de "cooperativismo minero” han perdido toda perspectiva revolucionaria y se han convertido en la base social del plebiscitario Evo Morales, reducidos a una fuerza electoral de cerca de 250 mil votantes, junto a cocaleros e interculturales que están engolosinados con el poder.
Debemos entender que el carácter revolucionario no deviene del estado de miseria, deviene del rol histórico de liberarse de su condición de explotados y al liberarse están obligados a subvertir el orden capitalista establecido, los mineros de hoy son la negación de los mineros de las crónicas de Víctor Montoya.
La masacre minera de San Juan
Como son los avatares de la vida, como en este caso nos congrega el recuerdo aciago del 24 de junio, más que los hechos luctuosos debe quedar en la memoria social lo que se tejió tras esta masacre: "el 24 de junio se tenía previsto la realización del ampliado nacional de los mineros en la población de Siglo XX, con el fin de exigir un aumento salarial y apoyar a la guerrilla del Che con dos mitas de su haber, equivalentes a dos jornadas de trabajo.
Una suma importante si se considera a los aproximadamente 20.000 trabajadores que por entonces tenía la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL).
Por supuesto, el Gobierno de Barrientos, su testaferro el Cnl. Plaza y detrás de ellos la CIA no permitirían el vínculo de los trabajadores mineros con la guerrilla, aunque estratégicamente las rebeliones proletarias tienen un abismo de diferencia con el voluntarismo pequeño burgués y el foco guerrillero, para el ‘gorilismo’ estos abismos no existían, y fue el pretexto apropiado para desarmar ideológicamente a la vanguardia minera, la eliminación física de sus líderes y cuanto menos la deportación de toda persona varón minero o de la población civil y el requisamiento de casa por casa, de fusiles máuser y dinamitas, ésta es la historia que no debemos olvidar”.
Entre las estribaciones de la cordillera oriental de los andes, con una narración gráfica de su topografía, el autor refiere a la masacre minera de 1965, una intervención militar por aire y tierra para sofocar los "supuestos actos subversivos del sindicato” en las faldas del Huayna Potosí. En este centro minero se explotó wólfram y níquel, al mismo tiempo de contaminar los acuíferos que vierten sus aguas al gran Amazonas.
En las montañas de Llallagua
"Imagino que a muchos de los presentes, como a mí, estas majestuosas montañas en forma de lomo de camello nos evoca grandes recuerdos, caminatas a sus serranías con una mirada perdida en el horizonte.
Llallagua cobija en sus faldas y planicie a los gloriosos centros mineros de Siglo XX y Catavi, como mudo testigo de explotación social, marchas mineras, masacres y el extractivismo, sin atenuantes, de las entrañas de la vecina montaña Juan del Valle despojada y cuyos filones mineralógicos nutrieron las fundiciones del mundo en el industrialismo maquinizado y los restos en sendas montañas artificiales, esparcidas de lo que antes adornara las pampas de golf para los técnicos extranjeros principalmente”.
Los recuerdos del autor no podrían ser más prosaicos y vivenciales: "En la calle Linares, donde se hunde el terrero como un tobogán y por cuyo pequeño puente cruza el Ch’akimayu, se encuentra ‘la frontera’ entre el campamento minero de Siglo XX y la población civil de Llallagua, en cuyos bares y bazares zumba, a todo volumen y desde los parlantes instalados en plena acera, la música chicha y los wayños del norte de Potosí”.
El relato nos transporta a los lugares donde estamos, por los que miles de veces transitamos, desde la Plaza 6 de Agosto a la Plaza del Minero, y los monumentos de grandes luchadores mineros, Federico Escobar, Cesar Lora y en memoria de ellos, los cientos y miles de luchadores anónimos.
Sin duda, los relatos documentales referentes a la historia de la minería de Patiño son relevantes, sobre todo si consideramos que era uno de los hombres más ricos del mundo; sin embargo, los que producían esas riquezas eran los explotados y llevados a la miseria bajo la inmuta mirada del Llallagua. Hoy como ayer debemos entender que "tener un tío rico, no implica que seamos ricos”.
César Lora, caudillo y mártir obrero
Las palabras son limitadas para expresar la grandeza de algunas personalidades. Siempre recuerdo la frase de León Trotsky (Lev Davidovich Brontein) cuando se refería a Lenin: "Hombre genio de gran magnitud, los pequeños errores en él alcanzan la magnitud de su ingenio”, a menudo esto nos pasa con las grandes personalidades, como con el asesinato de César Lora, algo que no debió ocurrir, pero bueno, la realidad es la realidad y no es como las imágenes que podemos construir de las realidades narradas en las crónicas mineras.
Víctor nos dice que el lector primicial es César por la imagen de él en su escritorio, yo diría que, para las luchas callejeras universitarias, de obreros fabriles y mineros, cuantas viñetas de César e Isaac no construí, para mirarnos en el espejo de estos dos grandes legendarios mineros que ofrendaron sus vidas por la causa del proletariado.
No debe ser nada fácil para un militante de la revolución, para un escritor, a tantas personalidades de estirpe revolucionaria, expresar en textos las semblanzas de un gran luchador, que al mismo tiempo es pariente. De este modo las referencias de César en la pluma de Víctor están entre mezcladas de amores filiales, admiración al caudillo y toda la carga sociopolítica que representa César Lora.
Probablemente, las expresiones de Guillermo Lora, a quien cita en tercera persona Víctor, sean las más significativas de la semblanza de César:
"Como bien dijo tu hermano mayor: Mostrabas un total desinterés por el dinero y las comodidades materiales. Vivías como un monje y dabas la impresión de haber nacido para ser un apóstol.
Isaac pagó con su vida el haber sido testigo del asesinato de César Lora, el ser el dirigente más destacado después de la muerte de dos grandes como Federico Escóbar y César Lora, ungido como dirigente de la FSTMB en la clandestinidad, después de haber sido liberado de las garras policiales, para que un 30 de julio 1967 fuera apresado por enmascarados y desaparecido por órdenes de la CIA y el entonces Ministro de Gobierno Arguedas. Lo torturaron hasta matarlo, para después fondearlo en el lago Titicaca desde lo alto de un helicóptero, el cuerpo ensangrentado y los pies embalsamados en un bloque de cemento”.
Crónicas Mineras constituye la memoria del autor, porque de uno u otro modo estuvo vinculado a estos luchadores, y, como dije en un principio, invito a leer el libro de Víctor Montoya, de su obra testimonial, respaldado con datos históricos y con construcciones imaginarias de sus recuerdos; de modo que no abundaré en más detalles de otros luchadores, a quienes conocí personalmente, como Víctor Siñani, "el luchador obrero en la portada de un libro”, Pablo Rocha.
"El hombre y el Militante”, uno de los luchadores que, junto a Andrés Lora, se paseaba por la calle Linares, cuando sus papeletas estaban en blanco, su casa en el campamento minero, era la mina misma sabiendo a copajira, y cuando estos dos grandes mentores cocinaban los "mama conqhachis”, una mixtura de carnes, cebolla, panes y huevos cocidos en sartén.
Él era ingenioso y de frases célebres. Recuerdo una de ellas: "Siempre hay que decir la verdad, pero nunca toda la verdad”; de uno de sus encierros en la cárcel, donde fue brutalmente reprimido; pero también tenía dotes artísticas para el dibujo. Pablo, "lunku”, te recordamos siempre, gracias por tus enseñanzas.
A don Paulino Joaniquina no lo conocí, pero, por el texto de Víctor sé que era oriundo de Oruro, minero y músico, no diré más a este respecto que sí podrán conocer a través del texto de las crónicas mineras.
Dionisio Coca, como dice el autor, "no está hecho para trazar los grandes lineamientos estratégicos ni teóricos de la lucha obrera, sino para resolver los problemas prácticos y concretos. Posee el don de la paciencia y la rara costumbre de escuchar callado. En él, más que en nadie, hablar es plata y callar es oro”.
Fue dirigente minero, recuerdo de él que poseía una gran biblioteca revolucionaria, que una parte quedó con su hermana y de algunos libros fui tributario. Dionicio ha estado muy cerca de grandes revolucionarios, es el esposo de Gloria, madre de Víctor Montoya, hoy por hoy radicados en Suecia.
No podía faltar en estas crónicas la figura de otro luchador, Cirilo Jiménez, primer Rector de la Universidad Minera Siglo XX.
Sobre él, Víctor cuenta: "Hombre rudo; no en vano entre amigos y camaradas lo llamábamos con cariño: Khisko Cirilo, un sobrenombre que a él no le molestaba en lo más mínimo, no sólo porque estaba acostumbrado a los apelativos que se ponían entre mineros, sino también porque era dueño de una ejemplar autoestima, que lo convertía en el prototipo del luchador obrero, capaz de enfrentarse a los peligros sin más armas que su fortaleza física y resistir en silencio los embates del enemigo, con los puños y los dientes apretados”.
De él es célebre su loro que decía: "Abajo la bota militar… muera la bota militar”, aunque Víctor afirma que decía: "¡Hijos de puta! ¡Viva la revolución! En fin, será Víctor que relate las facetas de futbolista, sindicalista, futbolero y ejemplar militante revolucionario, que soñaba estar siempre de pie.
Las valerosas "amas de casa”
En estas crónicas, Domitila de Chungara homenajea a las valerosas mujeres mineras, que las más de las veces estaban al frente en las luchas. Quizá es tan importante expresar aquí la fase de uno de los utopistas Fourier: "El despertar de las mujeres es el despertar de la sociedad”.
Yo recuerdo de Domitila, cuando los dirigentes sindicales estaban en la clandestinidad, presos o en el exilio, que desde los balcones del Sindicato Minero de Siglo XX, papel en mano, explicaba el capital y la plusvalía; luego, secundando las luchas de la mujeres mineras que iniciaron la huelga de hambre el 24 de diciembre de 1977: mujeres que la historia y los escritores no fueron justas con ellas: Aurora Villaroel, la Sra. Pimental, la Sra. Paniagua, la Sra. Flores, quienes, en verdad, fueron las iniciadoras de la huelga de hambre en el Arzobispado de La Paz y que diera inicio a la reapertura de la democracia en Bolivia. De ese proceso, Domitila fue la beneficiaria sin más proeza que secundar dicha acción en enero de 1978; para las mujeres que iniciaron la huelga mi mayor homenaje.
Finalmente, la memoria histórica de los mineros, como el patrimonio histórico de los mineros de Siglo XX, son los registros de las luchas aquí relatadas y que muchas personas desde el anonimato escribieron con letras de molde y otros, como Miguel Alandia Pantoja, los retratos en sus murales en los muros más emblemáticos del país y otras latitudes por donde anduvo, al igual que otros muralistas, como Solón en La Paz, Lorgio Vaca en Santa Cruz; los escritos como las artes sin duda son las mayores contribuciones al patrimonio de la memoria histórica de los mineros en general y de forma particular de Siglo XX, que están retratadas en estas Crónicas Mineras.
Gracias por esta gran oportunidad de encuentros y evocaciones de estas tierras que nos dieron lo mejor de sí y de la cual queremos hacernos dignos.
* El autor es sociólogo y docente universitario
FUENTE Página Siete
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